A finales del año pasado nos sorprendió la noticia de la fabricación de la primera «cerveza espacial», elaborada por una empresa japonesa a partir de cebada cultivada en la Estación Espacial Internacional (EEI). ¡Qué frivolidad!, pensará alguno: gastar cien mil millones de euros para fabricar una cerveza que seguramente no tenga nada de especial. Pero la cerveza es lo de menos, un subproducto de la verdadera investigación que se realiza en la EEI y, más que nada, un alarde publicitario. Los experimentos que se llevan a cabo en la EEI, afortunadamente, son más serios, y sacan partido de las condiciones de ingravidez de la estación, difícilmente reproducibles en la Tierra.
La Estación Espacial Internacional, proyecto común de la NASA, la Agencia Espacial Federal Rusa, la Agencia Japonesa de Exploración Espacial, la Agencia Espacial Canadiense y la Agencia Espacial Europea, está situada en una órbita baja alrededor de la Tierra, a unos 360 kilómetros de altitud. Se comenzó a construir en 1998, y no estará completa hasta 2011. Desde 2000 está habitada permanentemente, y representa uno de los mayores logros de la Humanidad, no sólo en el aspecto técnico y científico, sino en el plano de la colaboración internacional pacífica.
Por el momento sólo cuenta para la investigación con el módulo estadounidense Destiny, el laboratorio europeo Columbus, y el japonés Kibō; los dos últimos acoplados a la estación en 2008 y el japonés aún incompleto. Está previsto que este año se complete el módulo japonés y se añada un segundo laboratorio estadounidense para la realización de experimentos en el vacío; hasta 2011 no llegará el laboratorio ruso.
Aún sin estar terminada, son ya varios los campos de investigación en los que la EEI es insustituible; entre ellos, el estudio de los efectos de la ingravidez sobre la fisiología animal y humana, con vistas a la realización de largos viajes espaciales, por ejemplo a Marte, así como los efectos de las radiaciones espaciales sobre los materiales y los tejidos vivos. También se está investigando el crecimiento de cristales perfectos, sin los defectos provocados por la gravedad, y el desarrollo de nuevas aleaciones, algunas imposibles de obtener en la Tierra debido a que la diferencia de densidad de los metales componentes dificulta enormemente su mezcla. Una de las principales líneas de investigación del módulo europeo Columbus es la dinámica de fluidos, con estudios sobre el comportamiento de microgotas líquidas (aplicable por ejemplo al aumento de eficiencia de la combustión en los motores o al desarrollo de mejores impresoras), sobre la estructura de espumas (aplicable a la fabricación de aislantes)...
Todos estos avances se añadirán a los ya conseguidos, aunque no seamos conscientes de ello, gracias a la carrera espacial, como el joystick, los termómetros digitales infrarrojos, las herramientas inalámbricas, los detectores de humo, los modernos trajes ignífugos, los bolígrafos que escriben en cualquier posición...
También, con la vista puesta en las posibilidades futuras de colonización de otros planetas, la EEI cuenta con invernaderos donde se estudia el crecimiento de las plantas, para la producción de nutrientes y oxígeno, en condiciones de baja gravedad y presión; de ahí es de donde ha salido la cebada con la que se ha fabricado la «cerveza espacial».