Una estrella devorando a su compañera (Justyn R. Maund/NASA, 2004) |
(Publicado originalmente en Madrid Sindical)
Uno de los factores que hacen posible la vida en la Tierra es la estabilidad de su órbita. Como sólo tenemos un Sol, que es mucho más grande que los planetas, los efectos de éstos sobre la Tierra son insignificantes. Tenemos suerte: Un tercio de los sistemas de nuestra galaxia están formados por dos o más estrellas. En ellos, las estrellas compiten por atraer hacia sí los planetas que giran a su alrededor. Éstos describen órbitas erráticas; tan pronto se ven calcinados por la proximidad de alguna de las estrellas, como se hielan en los extremos más alejados del sistema. Así parece imposible el desarrollo de vida compleja. Además, en estos sistemas es muy difícil que las órbitas alcancen la estabilidad; lo más probable es que, a la larga, los planetas sean despedidos al espacio interestelar o acaben estrellándose contra una de las estrellas.