Hace tres décadas, en los años ochenta del siglo XX, un aficionado a los fósiles, Armando Díaz Romeral, descubrió el que resultaría ser uno de los yacimientos paleontológicos mejor conservados del mundo, el yacimiento de Las Hoyas, en La Cierva, cerca de la ciudad de Cuenca. Desde entonces, las sucesivas campañas de excavación, coordinadas por la Universidad Autónoma de Madrid y las diputaciones de Cultura y Patrimonio de Castilla-La Mancha, y con la participación del Museo Geologico y Minero de España y de otras universidades españolas y europeas, han sacado a la luz un complejo ecosistema que nos muestra cómo era aquella zona en el Cretácico inferior, hace unos 125 millones de años. En aquel entonces, Las Hoyas era una región pantanosa cruzada por canales y salpicada de lagos y charcas, un humedal subtropical semejante a los Everglades de Florida. Estaba situado más cerca del Ecuador que en la actualidad, y su clima era cálido y estacional, con temperaturas medias de 40 grados en las estaciones húmedas y de 20 grados en las secas. Los abundantes fósiles de troncos quemados indican que la región sufría frecuentes incendios forestales. En el fondo de una laguna de agua dulce se fueron depositando los restos de diversos animales y plantas en láminas de piedra caliza, de grano tan fino que han preservado la anatomía de aquellos seres vivos con un grado de detalle excepcional. Otros factores contribuyeron también a la excelente preservación de los restos: la formación de depósitos de carbonato de hierro sobre los fósiles, procedente del metabolismo de las bacterias que vivían en el sedimento, y la rapidez del enterramiento de los restos, que en algunos casos podía completarse en pocos días.