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La orquídea estrella de Navidad (Walter Hood Fitch, 1865) |
En mis tiempos de estudiante solíamos decir que “Los físicos son científicos y los biólogos coleccionan sellos”. Yo estudiaba física, naturalmente. (Según
Wikiquote, la frase es de Ernest Rutherford, también físico.) En el fondo de la broma, no del todo exenta de razón, está la distinción entre las ciencias duras o experimentales, como la física y la química, que se basan en la experimentación para inferir leyes generales; y las ciencias blandas o descriptivas, cuya capacidad predictiva es prácticamente nula. De acuerdo con Popper, estas últimas disciplinas ni siquiera merecen ser contadas entre las ciencias, ya que carecen de verificabilidad (o falsabilidad): No son capaces de plantear hipótesis que puedan ser confirmadas o refutadas con la experiencia.
Pero no es del todo justo catalogar la biología como disciplina meramente descriptiva; desde el siglo XX se han desarrollado varias ramas, como la genética, la biología molecular y la biología celular, que pueden recibir con todo merecimiento la calificación de experimentales. La frase está anticuada, indudablemente, pero era básicamente correcta en los tiempos en los que la biología se llamaba Historia Natural; unos tiempos, no se me interprete mal, muy anteriores a los míos. La Historia Natural comprendía fundamentalmente lo que ahora denominamos zoología, botánica y ecología.
Sin embargo, incluso entonces podían encontrarse excepciones, casos extraordinarios en los que un naturalista de genio era capaz de formular hipótesis, predicciones basadas en los hechos conocidos que, con el tiempo, fueron confirmadas por nuevos descubrimientos.