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Hace unos 260 millones de años, en el Pérmico medio, todos los continentes estaban unidos en el supercontinente de Pangea. En Sudáfrica, por entonces en el interior de este continente, el clima era cálido y seco, con intensas lluvias estacionales que provocan inundaciones. Es una región surcada por ríos procedentes de las montañas antárticas, más al sur. Cerca del agua la vegetación es abundante, con helechos, equisetos y glosopteridales, que se encuentran entre las primeras plantas con semillas. Hay una gran variedad de reptiles que forman cadenas alimentarias complejas: insectívoros, herbívoros, carnívoros... Los más diversos son los terápsidos, el grupo del que evolucionaron los mamíferos. Pero hay otros.
Eunotosaurus es un pariente próximo de las primeras tortugas. Es un lagarto herbívoro rechoncho de unos treinta centímetros de longitud, con el cuello corto. A diferencia de las tortugas actuales, tiene dientes, y carece de caparazón. Los huesos de los ojos indican que es capaz de ver con poca luz. Las patas delanteras son fuertes, con grandes garras.
Las costillas de Eunotosaurus, nueve pares, son anchas y aplanadas, en forma de placas imbricadas semejantes a las del caparazón de las primeras tortugas. La cara superior de las costillas es convexa, mientras que por la inferior corre una estrecha cresta. Sus vértebras, que en los adultos están fusionadas a las costillas, son casi idénticas en número, forma y estructura a las de algunas tortugas. Además, al igual que las tortugas, Eunotosaurus carece de fibras de Sharpey en el borde anterior de las costillas. Estas fibras sirven para conectar las costillas con los músculos intercostales, que sirven para la respiración. En lugar de intercostales, las tortugas tienen unos músculos conectados a la parte inferior de las costillas que les sirven para la locomoción. Probablemente en Eunotosaurus ocurriera lo mismo. La pelvis y los omóplatos, sin embargo, no se encuentran dentro de la caja torácica, como ocurre en las tortugas, sino fuera, como en el resto de los vertebrados terrestres.
Durante muchas décadas se ha clasificado a las tortugas por su anatomía en el grupo de los anápsidos o pararreptiles, que se caracterizan porque su cráneo carece de aberturas. Los reptiles modernos, con las aves y los dinosaurios, forman el grupo de los diápsidos, que presentan en el cráneo dos aberturas por detrás de las órbitas oculares, las llamadas fosas temporales, en las que se insertan los músculos de la mandíbula inferior. Pero cuando se empezaron a añadir datos genéticos de reptiles vivientes a los análisis, resultaba que las tortugas formaban parte de los diápsidos, y resultaban ser parientes próximos de los plesiosaurios. ¿Habían perdido las tortugas las fosas temporales en el curso de la evolución? De ser este el caso, se esperaría encontrar fósiles de tortugas primitivas con cráneos diápsidos, con fosas temporales. No parecía este el caso de Eunotosaurus. Pero en 2015, un equipo dirigido por el paleontólogo Gabe Bever, por entonces en la Escuela de Medicina Osteopática del Instituto de Tecnología de Nueva York, publicó los resultados de un estudio de cuatro años de varios cráneos de Eunotosaurus conservados en museos de Sudáfrica. Al observar los cráneos mediante tomografía de rayos X descubrieron claras evidencias de fosas temporales en los ejemplares jóvenes, mientras que en los adultos las fosas prácticamente desaparecen.
Así se explica la evolución del cráneo de las tortugas. Generación tras generación, las fosas temporales se iban cerrando cada vez a menor edad, hasta que desaparecieron. La semejanza del cráneo de las tortugas con el de los pararreptiles es un ejemplo más de evolución convergente. Si las tortugas no son pararreptiles, los pararreptiles están extinguidos.
Los ojos adaptados a la escasez de luz, las fuertes patas delanteras, que cuentan con el apoyo de las anchas costillas, y las grandes garras, sugieren que Eunotosaurus era un animal excavador. Curioso origen para un grupo como el las tortugas, en el que gran parte de sus miembros son acuáticos.
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