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La noche (Jan Saenredam / Hendrik Goltzius, 1595) |
(Ampliación de la columna publicada originalmente en Madrid Sindical)
Cuando tuve a mis hijos, me ocurría una cosa que entonces me pareció extraña: Como a casi todos los padres, los llantos de mi hijo hambriento me solían despertar en mitad de la noche, pero a la mañana siguiente no estaba tan soñoliento como esperaba. No he contado esto a casi nadie porque parece que uno no es un buen padre si no se queja de lo mal que duerme los primeros meses, y porque temía verme tachado de mentiroso o, lo que es peor, de ñoño. Pero acabo de descubrir que lo que me pasaba tiene explicación, y además no era tan raro.
En 1992, el psiquiatra Thomas Wehr publicó los resultados de un experimento sobre los periodos de sueño y vigilia en el ser humano. Un grupo de voluntarios fue sometido durante un mes a periodos nocturnos de oscuridad de catorce horas durante los cuales se les permitía dormir todo lo que quisieran. La primera noche, los sujetos durmieron una media de once horas, probablemente para compensar las deudas de sueño acumuladas. Pero hacia la cuarta semana, la pauta de sueño/vigilia de los voluntarios había cambiado; los sujetos dormían una media de ocho horas al día, pero separadas en dos bloques de entre tres y cinco horas, con un intervalo de una o dos horas de vigilia. Wehr concluyó que, para fotoperiodos cortos, como los inviernos de las latitudes medias y altas, este sueño bifásico es la tendencia natural en los humanos.
En nuestros parientes los chimpancés el sueño nocturno tampoco es continuo; aunque duermen durante unas diez horas, desde el ocaso hasta el alba, su sueño se ve interrumpido frecuentemente por breves despertares. Y además, hacia el mediodía, duermen una siesta de unas cinco horas, que también incluye frecuentes episodios breves de vigilia.
Una década más tarde, podemos decir con propiedad que la Historia dio la razón al experimento de Wehr. El historiador estadounidense A. Roger Ekirch publicó el resultado de dieciséis años de investigación en los que había recopilado pruebas de que, a lo largo de la historia, la pauta de sueño habitual del ser humano había sido precisamente el sueño bifásico de Wehr. En su libro At Day's Close: Night in Times Past, Ekirch documenta el sueño bifásico con más de quinientas referencias, desde la Odisea de Homero hasta un informe antropológico sobre tribus indígenas de Nigeria, pasando por diarios, expedientes judiciales, publicaciones médicas y obras literarias, como El Quijote:
“Era la noche algo escura, puesto que la luna estaba en el cielo, pero no en parte que pudiese ser vista, que tal vez la señora Diana se va a pasear a los antípodas y deja los montes negros y los valles escuros. Cumplió don Quijote con la naturaleza durmiendo el primer sueño, sin dar lugar al segundo, bien al revés de Sancho, que nunca tuvo segundo, porque le duraba el sueño desde la noche hasta la mañana, en que se mostraba su buena complexión y pocos cuidados.”
Lo más importante de la compilación de Eckrich no es el gran número de referencias, sino la forma en la que se alude en ellas a este sueño bifásico, como si fuera habitual y consabido.
El sueño bifásico, según Ekirch, empieza unas dos horas después del ocaso y está interrumpido por una vigilia de una o dos horas. Durante esa vigilia, algunas personas llegaban a ser bastante activas: se levantaban para hacer sus necesidades, para fumar, para charlar o incluso para visitar a los vecinos. Otros se quedaban en la cama, meditaban, leían, escribían, rezaban o mantenían relaciones sexuales. Un manual de medicina francés del siglo XVI recomendaba este momento, “después del primer sueño”, como el mejor para concebir, cuando “se disfruta más” y “se hace mejor”.
Según Ekirch, las referencias a los dos periodos de sueño empiezan a desaparecer primero entre las clases altas urbanas del norte de Europa, a finales del siglo XVII, y hacia 1920 se desvanecen por completo. La desaparición del sueño bifásico coincide en el tiempo con la generalización del alumbrado público. Aunque las primeras ciudades que se dotaron de alumbrado público, hacia el año 1000, fueron Córdoba, El Cairo y Bagdad, era una iluminación bastante deficiente, con velas. A finales del siglo XVII, las calles de más de cincuenta ciudades europeas estaban iluminadas por la noche. A principios del siglo XIX aparecieron las farolas de gas, y las primeras lámparas eléctricas se instalaron en París y en Londres en 1878.
Con las mejoras del alumbrado público y doméstico y la aparición de los cafés y las tabernas, abiertos hasta muy tarde, la noche dejó de ser un entorno hostil, feudo de criminales y prostitutas. Salir por la noche se puso de moda, y pasarse las horas en la cama empezó a considerarse una pérdida de tiempo. La revolución industrial, con el trabajo por turnos, intensificó esa actitud y, ya en el siglo XX, la televisión dio la puntilla al sueño bifásico.
Hoy en día seguimos utilizando la expresión “primer sueño”, pero ha perdido su sentido original y sólo se refiere al inicio del periodo de sueño nocturno.
Pensándolo bien, el sueño bifásico explica muchas cosas. Antes de la luz eléctrica y de la calefacción central, nuestros antepasados combatían el frío con el fuego. Pero una hoguera (o una chimenea) no se mantiene encendida por sí sola ocho horas, es necesario atizarla. Esto escribió Virgilio en La eneida:
“Luego, cuando la noche en mitad de su carrera ahuyenta el primer sueño; a la hora en que la matrona, forzada de la necesidad a ganarse su vida con la rueca y con las delicadas labores de Minerva, avienta las cenizas y las amortiguadas ascuas, tomando para el trabajo parte de la noche, y a la luz de su lámpara ejercita a sus criadas en una larga tarea, con lo que conserva la castidad del lecho conyugal y atiende a la crianza de sus hijuelos; el dios ignipotente, no de otra suerte ni más perezoso, deja también a sus fraguas.”
Y lo mismo ocurre, como decía al principio, con los recién nacidos: No que haya que atizarlos, sino que necesitan atención cada tres o cuatro horas, necesitan comer; ¿qué sentido tiene que sus padres tengan que dormir ocho horas seguidas? Es mucho más razonable pensar que la evolución haya sincronizado los periodos de sueño de los adultos con los ciclos de alimentación de los bebés. Y tampoco aguantan mucho más de cuatro horas seguidas durmiendo los ancianos y no tan ancianos con problemas de próstata.
En la liturgia cristiana de las horas, las horas nocturnas incluían antiguamente tres oficios: completas, al acostarse, maitines, a medianoche, y laudes, al amanecer, siguiendo una tradición que se remonta al judaísmo; el Libro de los Salmos dice
“Me levanto a medianoche / para alabarte por tus justas decisiones.”
Hoy en día, parece irracional y sádico obligar a los fieles a despertarse en medio de la noche para rezar. Pero, con el sueño bifásico, la liturgia cobra sentido. Para un día medio con doce horas de oscuridad, y siguiendo el horario solar, el Sol se pone hacia las seis de la tarde; dos horas después, a las ocho, es hora de acostarse; el primer sueño, de cuatro horas, termina a las doce, justo a tiempo para maitines. Así, en la hagiografía del siglo XIV Las florecillas de san Francisco podemos leer:
“[...] el tercero sobrevivió, y, recordando sin cesar sus pecados, se dio a tal vida de penitencia, que por quince años seguidos, fuera de las cuaresmas comunes, en que se acomodaba a los demás hermanos, en los demás tiempos estuvo ayunando tres días a la semana a pan y agua; andaba siempre descalzo, vestido de una sola túnica; nunca se acostaba después de los maitines.”
Y todavía en el siglo XIX lo refleja Victor Hugo en Los miserables:
“Las Bernardas Benedictinas de Martín Verga practican la adoración perpetua. Comen de viernes todo el año, ayunan toda la Cuaresma; se levantan en el primer sueño, desde la una hasta las tres, para leer el breviario y cantar maitines.”
En el siglo XX, para adaptarse a las nuevas costumbres, el Concilio Vaticano II transformó los maitines en una breve oración que puede rezarse en cualquier momento del día. También en el islam, incluso en la actualidad, hay una oración nocturna, como puede atestiguar cualquiera que haya pasado una noche en un país musulmán. Y en la tradición védica de la India, el intervalo entre las 4 y las 5 de la madrugada se conoce con el nombre de “tiempo de Brahma”, y se considera el momento ideal para la meditación.
¿Es más sano dormir en dos periodos? Justamente a finales del siglo XIX, con la desaparición del sueño bifásico, aparecen las primeras referencias en la literatura médica al insomnio intermedio, en el que el paciente se despierta en medio de la noche y le cuesta volver a conciliar el sueño. Muchos médicos atribuyen también la alta prevalencia del estrés en nuestra sociedad moderna a la desaparición de ese periodo de vigilia nocturno, que para nuestros antepasados era un tiempo de calma y tranquilidad, y no se vivía con angustia, como les ocurre ahora a los insomnes. Así que la próxima vez que te despiertes en mitad de la noche, no te agobies; relájate como hacían nuestros antepasados.
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