Cuando tuve a mis hijos, me ocurría una cosa que entonces me pareció extraña: Como a casi todos los padres, los llantos de mi hijo hambriento me solían despertar en mitad de la noche, pero a la mañana siguiente no estaba tan soñoliento como esperaba. No he contado esto a casi nadie porque parece que uno no es un buen padre si no se queja de lo mal que duerme los primeros meses, y porque temía verme tachado de mentiroso o, lo que es peor, de ñoño. Pero acabo de descubrir que lo que me pasaba tiene explicación, y además no era tan raro...
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jueves, 5 de marzo de 2015
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