El mayor espectáculo del mundo de Barnum & Bailey. Escenas cómicas de bicicletas y patines de ruedas (The Strobridge Lithographic Co., Cincinnati & New York, 1900) |
Ya he hablado en otra ocasión de mi amigo Carlos. Carlos es uno de esos científicos que después de labrarse una carrera en el extranjero se ven en la imposibilidad de volver a España. Y no por falta de ganas. Pero no es de eso de lo que quiero hablar hoy. El caso es que hace un par de semanas Carlos, que es profesor titular en la Universidad de Upsala, en Suecia, pasó unos días en Madrid para participar en un congreso de Física, y tuve la ocasión de verlo. Hablamos de muchas cosas; también de este blog. Ante mis lamentos sobre el escaso número de comentarios que recibe El neutrino, me aconsejó escribir sobre temas más polémicos. Y no le falta razón.
Pero me cuesta. Nunca he sido muy dado al conflicto. Siempre he seguido ese consejo que dan las madres de "no significarse". No porque no quiera tener enemigos, que al fin y al cabo cada uno es muy libre de enemistarse con quien le venga en gana, sino porque no me apetece hacerme enemigo de nadie. ¡Qué pereza! Aunque el consejo de Carlos seguía dando vueltas en mi cabeza, no me decidía. Necesitaba un empujón. Y casualmente, ese empujón me llegó, por mediación de una joven desconocida, un par de días después.
Bajaba yo esa tarde por un camino peatonal flanqueado por altos setos que desemboca en una calle perpendicular. Al llegar al cruce, aún en la acera, escucho un grito lejano procedente de mi derecha:
-¡Cuidado!
Casi no tuve tiempo de volverme cuando me topé con una ciclista. O más bien se topó ella conmigo. Durante unos instantes, que parecieron transcurrir a cámara lenta, luché contra el empujón de la bici, que trataba de lanzarme en dirección contraria. Pero nadie puede infringir las leyes de la Física. La ciclista me transfirió generosamente su energía cinética y su momento lineal, y rodé por el suelo hasta quedar patas arriba unos metros más allá. Inconscientemente, porque jamás he practicado artes marciales ni he aprendido a caer, rodé sobre la espalda. Y no me golpeé ni las piernas, ni los brazos, ni la cabeza con el suelo ni con ninguno de los árboles que oportunamente adornan la acera de esa calle. Tuve suerte; podría haber sido mucho peor.
Aparentemente, el choque fue bastante elástico. Ni me lesioné, ni me rompí la ropa ni las gafas, ni me han quedado heridas ni cardenales. No me han quedado secuelas; al menos físicas. En un choque elástico, la energía cinética del sistema permanece constante; no hay pérdidas de energía en forma de calor, contusión, desgarro, fractura o desmembramiento. Calculo que la masa de la ciclista con su montura era aproximadamente la misma que la mía (sin montura). Así que el resultado del choque, teniendo en cuenta la conservación del momento lineal y de la energía cinética, es que la bicicleta se detuvo y me transfirió instantáneamente toda su velocidad. [No te asustes con las fórmulas. Me vienen bien a mí para calcular los resultados, pero si te fías, puedes saltarte el recuadro.]
La primera ecuación expresa la conservación del impulso o momento lineal, y la segunda la de la energía cinética. m1 es la masa de la ciclista con su bicicleta, v0 es la velocidad de la bicicleta antes del choque, m2 es mi propia masa, v1 es la velocidad de la bicicleta después del choque y v2 es mi velocidad después del choque. Si m1 = m2 hay dos soluciones: O bien v1 = 0 y v2 = v0, o sea que, como he dicho antes, la bicicleta se detiene y me transfiere su velocidad; o bien v2 = 0 y v1 = v0, yo continuo en reposo y la bicicleta mantiene su velocidad. En la primera solución hay choque; en la segunda, la bicicleta pasa de largo. En mi caso, desgraciadamente, la primera solución fue la correcta.
¿Qué velocidad me transfirió la bicicleta? No puedo decirlo con precisión, pero a juzgar por el golpe y por lo lejos que sonó el grito de advertencia de la ciclista, no creo que sea muy descabellado estimar su valor en unos cinco metros por segundo, o sea, 18 km/h. Es la misma velocidad que se adquiere en una caída libre desde 1,28 metros de altura. No parece mucho, sólo un salto. Pero en un salto, caemos sobre los pies, y las piernas amortiguan el impacto. Sería más acertado comparar el golpe con una caída en posición horizontal: Túmbate en una mesa de 1,28 metros de altura y rueda hasta caer por el borde. Duele, ¿verdad? En comparación, un choque frontal entre dos peatones que caminan a un metro por segundo equivale a una caída desde sólo veinte centímetros de altura.
Creo que he demostrado con cifras lo peligroso que resulta que los ciclistas circulen por las aceras. Y eso en mi caso, que es bastante favorable. Peor parado saldría un niño, que tiene menos masa. En la misma situación, un niño cuya masa fuera la mitad que la mía saldría despedido a una velocidad de 7 m/s, equivalente a una caída desde 2,5 metros.
Por eso me parece inaceptable que se permita a los ciclistas circular por las aceras. Y digo ciclistas, y no bicicletas, porque una cosa es un niño con una bicicleta de juguete, y otra muy distinta una persona que utiliza la bicicleta como medio de transporte. Quien usa la bici como medio de transporte lo hace, lógicamente, con el objetivo de llegar antes que si fuera andando, así que va a circular más rápido que un peatón. Con las consecuencias que ya he detallado, por poco rápido que vaya. Porque la energía cinética es proporcional al cuadrado de la velocidad; al multiplicar la velocidad por dos la energía cinética se multiplica por cuatro, y si la velocidad se multiplica por cinco, la energía cinética se hace veinticinco veces mayor. A esas velocidades, como decía mi profesor de la autoescuela en otro contexto, sólo te da tiempo a chocarte.
Comprendo lo peligroso que es para un ciclista circular por la calzada, donde lleva todas las de perder rodeado de coches, camiones y autobuses. Sé que en la calzada los ciclistas suelen ser las víctimas. Pero no se compensa a las víctimas convirtiéndolas en verdugos de otros. Los ciclistas deberían comprender esto mejor que nadie.
Las bicicletas no tienen sitio en las aceras por una razón muy sencilla: Mientras que la circulación en la calzada está reglamentada, hay carriles, sentidos de circulación, señales de tráfico, etc, la circulación por las aceras no lo está. Ni debe estarlo. Reivindico mi derecho a circular despreocupadamente por las aceras, sin tener que estar pendiente a cada paso de lo que se me viene encima. Y, sobre todo, reivindico el derecho de los niños a corretear a su antojo en las aceras con una cierta seguridad.
No puedo terminar sin aportar soluciones. La solución pasa por hacer que la calzada sea más segura para los ciclistas, y es tan sencilla como irrealizable: Que tanto las autoridades como la opinión pública se tomen en serio la seguridad vial. Los conductores, igual que los pilotos de avión, deberían pasar un test psicológico. Hay personas que, por su carácter, no son aptas para conducir por la vía pública un vehículo de más de una tonelada de peso con unas mínimas condiciones de seguridad para quienes los rodean; todos conocemos a alguno. Debería haber más retiradas de carnet de conducir; y me refiero a retiradas definitivas. Pero parece que, hoy en día, conducir es un derecho inalienable de la persona; mientras no se cambie esa mentalidad, o mientras no se implante la conducción automática obligatoria, esto no se va a arreglar.
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