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Con el advenimiento del Tercer Reich, en 1933, el Instituto de Física Teórica de Copenhague, dirigido por el físico danés Niels Bohr (1885-1962), Premio Nobel de Física en 1922 "por sus aportaciones en la investigación sobre la estructura de los átomos y sobre las radiaciones que de ellos emanan", se convirtió en un refugio para físicos judíos que huían de la Alemania nazi. Aunque no eran judíos, los físicos alemanes Max von Laue (1879-1960) y James Franck (1882-1964) depositaron allí sus medallas Nobel para evitar que cayeran en manos de los nazis. Max von Laue había sido galardonado en 1914 "por su descubrimiento de la difracción de los rayos X en los cristales", descubrimiento que no solo confirmó que los rayos X eran un tipo de radiación electromagnética y permitió medir su longitud de onda, sino que creó un nuevo campo de investigación: la cristalografía de rayos X; Franck, por su parte, había compartido el premio con Gustav Hertz en 1925 "por su descubrimiento de las leyes que gobiernan el impacto de un electrón en un átomo", que confirmó la cuantificación de los niveles de energía de los electrones del modelo atómico de Bohr.
Poco después, Franck emigró a los Estados Unidos. Von Laue, que nunca ocultó su oposición al gobierno nazi, permaneció en Alemania y ayudó a muchos científicos perseguidos a huir.
En abril de 1940, los alemanes ocuparon Dinamarca. Como en la Alemania nazi estaba terminantemente prohibido sacar oro del país, y los nombres de Franck y von Laue estaban grabados en sus respectivas medallas, Bohr decidió ocultarlas. Su colaborador, el químico húngaro George de Hevesy (galardonado más tarde, en 1943, con el Premio Nobel de Química "por su trabajo en el uso de isótopos como marcadores en el estudio de procesos químicos"), propuso enterrarlas, pero a Bohr no le pareció lo bastante seguro. Así que de Hevesy decidió disolverlas. Cuando ya las tropas nazis marchaban por las calles de Copenhague, de Hevesy disolvió laboriosamente las dos medallas en un frasco de agua regia, una mezcla de ácidos nítrico y clorhídrico concentrados, que es uno de los pocos reactivos capaces de disolver el oro. Así, cuando los nazis registraron el laboratorio, pasaron por alto el frasco que, en una estantería a la vista de todos, guardaba las disolución. En 1943, Bohr y de Hevesy, que era judío, tuvieron que huir a Suecia para evitar su detención por la policía alemana. Cuando, tras la guerra, regresaron a Copenhague, encontraron el frasco intacto. Con el oro recuperado de la disolución, la Fundación Nobel volvió a acuñar las medallas.
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