(Publicado originalmente en Madrid Sindical)
Coincidiendo con el cuarto centenario de las primeras observaciones astronómicas realizadas con telescopio por Galileo Galilei y la publicación por Johannes Kepler de Astronomia nova, donde enunció sus dos primeras leyes del movimiento planetario, la Asamblea General de las Naciones Unidas, a propuesta de la Unión Astronómica Internacional y con el apoyo de la UNESCO, ha declarado 2009 Año Internacional de la Astronomía.
En estos 400 años, la astronomía ha cambiado drásticamente nuestra idea del Universo y de nuestra situación en él, desde la concepción aristotélica, dominante en tiempos de Galileo, que diferenciaba el mundo sublunar, o sea, la Tierra y su atmósfera, en el centro del Universo, donde todo es imperfecto y cambiante, y el mundo supralunar, formado por los cuerpos celestes, donde sólo existen formas geométricas perfectas y movimientos regulares inmutables, hasta la cosmología actual, con un Universo dinámico, gobernado por las mismas leyes físicas que rigen en nuestro planeta, cuya extensión (al menos 90.000 millones de años luz) y edad (14.000 millones de años) se han podido medir, y en el que nuestro mundo sólo es un planeta ordinario en un sistema estelar ordinario en una galaxia ordinaria.
Los objetivos principales de este Año Internacional de la Astronomía son: aumentar el conocimiento científico de la sociedad, promover el acceso al conocimiento universal de las ciencias fundamentales, fomentar el crecimiento de comunidades astronómicas en países en vías de desarrollo, apoyar y mejorar la educación en Ciencias, ofrecer una imagen moderna de la ciencia y los científicos, favorecer la aparición de nuevas redes que unan a astrónomos aficionados, educadores, científicos y profesionales de la comunicación y fortalecer las ya existentes, mejorar la paridad de género dentro del mundo científico y facilitar la preservación y protección de la herencia natural y cultural que supone un cielo oscuro.
Ese último objetivo supone, por fin, un claro reconocimiento a la lucha contra una de las formas de contaminación más insidiosas de nuestro planeta: la contaminación lumínica, esto es, la innecesaria iluminación artificial del cielo nocturno producida por la mala calidad del alumbrado exterior, tanto público como privado. No se trata tan sólo de la pérdida del cielo estrellado, declarado por la UNESCO Patrimonio de las Generaciones Futuras, y que resulta invisible desde hace años en grandes y pequeñas poblaciones; además, la incorrecta iluminación de nuestras ciudades y pueblos es una agresión al ecosistema, que afecta tanto al crecimiento de las plantas como al comportamiento de muchos animales nocturnos, como aves migratorias, murciélagos e insectos; es también un derroche de energía: por ejemplo, según la Asociación contra la Contaminación Lumínica Cel Fosc, solamente en Cataluña se gastan más de 30 millones de euros anuales en iluminar las nubes; este derroche conlleva un exceso de emisiones de CO2 y de consumo de mercurio, cadmio y otros metales pesados contaminantes.
Si nos alejamos unas decenas de kilómetros de Madrid, podemos observar sobre la ciudad un inmenso globo luminoso de unos 20 kilómetros de altura y 50 de anchura. Este globo, visible hasta a 300 kilómetros de distancia, es la luz no necesaria, que se dispersa hacia el cielo. Cada día es necesario alejarse más de las ciudades para conseguir ver las estrellas. ¿Cuántos de nuestros hijos han visto alguna vez la Vía Láctea? Con este cielo, ni siquiera Galileo podría hacer hoy en día sus observaciones.
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