Daños causados en Puerto Príncipe por el terremoto de Haití de 2010 (Jeremy Lock, USAF, 2010) |
(Publicado originalmente en Madrid Sindical)
Haití, Chile, China, México, Indonesia… parece que en los últimos tiempos los grandes terremotos se suceden sin interrupción. ¿Qué está pasando? ¿Qué le ocurre a nuestro planeta? La respuesta más corta es: nada. O, más exactamente, nada nuevo.
De acuerdo con el Servicio Geológico de los Estados Unidos, la frecuencia de los grandes terremotos se ha mantenido constante a lo largo del último siglo, e incluso parece que ha empezado a disminuir en los últimos años. Según los registros, todos los años se producen de media unos 16 terremotos de magnitud 7 o superior, de los que uno supera la magnitud 8. Aunque los valores varían bastante de año a año: en 1986 y 1989 sólo hubo 6, mientras que en 1943 hubo 32. El número de terremotos en lo que llevamos de 2010 es compatible con esos valores. ¿Por qué entonces tenemos esa percepción de que cada vez hay más terremotos destructivos?
En primer lugar, en los últimos años, la red mundial de sismógrafos ha crecido enormemente, lo que ha permitido aumentar el número de terremotos localizados. Desde 1931, el número de estaciones sismológicas repartidas por el mundo ha pasado de 350 a más de 4000. Muchos terremotos que antes pasaban desapercibidos, sobre todo en el fondo marino, donde no producen daños ni víctimas directas pero pueden provocar tsunamis, quedan ahora registrados.
Por otra parte, la población en las zonas de riesgo sísmico ha aumentado. En países como Japón, las nuevas edificaciones construidas para absorber el incremento de población están mejor protegidas contra los terremotos, pero en muchos otros países, sobre todo del Tercer Mundo, no es ese el caso. Ahora, los mismos terremotos de antaño producen muchas más víctimas. También se han incrementado los daños materiales: las zonas urbanas y las redes de infraestructuras (carreteras, vías férreas, presas, etc.) son cada vez más densas y extensas por todo el mundo.
Además, las comunicaciones son hoy prácticamente instantáneas (Internet, satélites…), lo que permite hacer llegar la información muy rápidamente a un público más interesado por los desastres naturales en todo el mundo. Hace unas décadas, la noticia de la muerte de un centenar de personas en un terremoto en algún país remoto tardaba días o semanas en llegar al resto del mundo, cuando la inmediatez de la noticia se había perdido. Hoy, la información llega instantáneamente a los medios de comunicación de todo el mundo.
Por último, los seres humanos tendemos a recordar la agrupación de fenómenos como los terremotos con más facilidad que su ausencia. Según diversos modelos estadísticos, confirmados por los datos experimentales, los terremotos tienden a agruparse en el tiempo, aunque ocurran en lugares muy alejados unos de otros y no tengan ninguna relación causal entre ellos. (Sólo existe relación causal entre un gran terremoto y las réplicas de menor intensidad que le siguen en la misma región.) Cuando en un corto periodo de tiempo se suceden varios terremotos, tendemos a recordarlo con más facilidad que cuando en un periodo semejante no ocurre ninguno. Estos periodos de mayor o menor actividad sísmica, sin embargo, no influyen en la probabilidad de que ocurran nuevos terremotos; forman parte de la variación estadística natural. Todavía no sabemos predecir ni cuándo ni dónde ocurrirá el próximo gran terremoto.
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