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La orquídea estrella de Navidad (Walter Hood Fitch, 1865) |
En mis tiempos de estudiante solíamos decir que “Los físicos son científicos y los biólogos coleccionan sellos”. Yo estudiaba física, naturalmente. (Según Wikiquote, la frase es de Ernest Rutherford, también físico.) En el fondo de la broma, no del todo exenta de razón, está la distinción entre las ciencias duras o experimentales, como la física y la química, que se basan en la experimentación para inferir leyes generales; y las ciencias blandas o descriptivas, cuya capacidad predictiva es prácticamente nula. De acuerdo con Popper, estas últimas disciplinas ni siquiera merecen ser contadas entre las ciencias, ya que carecen de verificabilidad (o falsabilidad): No son capaces de plantear hipótesis que puedan ser confirmadas o refutadas con la experiencia.
Pero no es del todo justo catalogar la biología como disciplina meramente descriptiva; desde el siglo XX se han desarrollado varias ramas, como la genética, la biología molecular y la biología celular, que pueden recibir con todo merecimiento la calificación de experimentales. La frase está anticuada, indudablemente, pero era básicamente correcta en los tiempos en los que la biología se llamaba Historia Natural; unos tiempos, no se me interprete mal, muy anteriores a los míos. La Historia Natural comprendía fundamentalmente lo que ahora denominamos zoología, botánica y ecología.
Sin embargo, incluso entonces podían encontrarse excepciones, casos extraordinarios en los que un naturalista de genio era capaz de formular hipótesis, predicciones basadas en los hechos conocidos que, con el tiempo, fueron confirmadas por nuevos descubrimientos.
Es el caso de la esfinge de Darwin. Cuando el célebre naturalista Charles Darwin estaba trabajando en una obra sobre la fertilización de las orquídeas llegó a sus manos un ejemplar de la orquídea estrella de Navidad (Angraecum sesquipedale), descubierta en 1798 en Madagascar por el botánico francés Louis-Marie Aubert du Petit-Thouars, y descrita por él mismo en 1822. Esta orquídea se caracteriza por sus grandes flores blancas, de más de quince centímetros de diámetro. En esta orquídea, como en muchas otras, la base de las flores se prolonga en un estrecho recipiente tubular, llamado espolón, que contiene el néctar con el que la planta atrae a los insectos encargados de polinizarla. Pero el espolón de la orquídea estrella de Navidad es desmesurado: Alcanza los veintinueve centímetros de longitud. En el fondo de este recipiente, el néctar no llena más de cuatro centímetros.
Durante varias décadas resultó un misterio cómo se llevaba a cabo en la naturaleza la polinización de esta flor: La orquídea estrella de Navidad emite su perfume de noche, como otras orquídeas que son polinizadas por mariposas nocturnas, pero ninguna mariposa malgache conocida era capaz de alcanzar el néctar a tal profundidad, condición indispensable para asegurar el transporte de polen entre las flores de la especie.
En 1862, Darwin publicó su obra sobre las orquídeas, On the various contrivances by which British and foreign orchids are fertilized by insects, and on the good effects of intercrossing (Sobre las variadas estrategias por las cuales las orquídeas británicas y foráneas son fertilizadas por insectos, y sobre los buenos efectos de la polinización cruzada), en la que propuso una solución al enigma: El polinizador de la orquídea estrella de Navidad debía de ser una mariposa con una trompa de entre veinticinco y veintiocho centímetros de longitud. Como en aquel entonces no se conocía ninguna mariposa con una trompa tan larga, varios entomólogos se apresuraron a ridiculizar la hipótesis.
La esfinge de Morgan (Charles Oberthür, 1904) |
Aún pasaron varias décadas hasta que, en 1903, el barón Lionel Walter Rothschild, zoólogo británico creador del primer museo privado de zoología del mundo, y el entomólogo germano-británico Karl Jordan descubrieron finalmente la mariposa, que resultó ser una nueva subespecie de Xanthopan morgani a la que bautizaron con el nombre de Xanthopan morgani praedicta en honor de la predicción de Darwin. Esta esfinge tiene una envergadura de trece a quince centímetros, color de hoja seca ligeramente rosado y una trompa, como estaba previsto, de veintiséis centímetros de longitud. En reposo, la trompa de esta mariposa se enrolla sobre sí misma veinte veces.
Este caso es un ejemplo del fenómeno llamado coevolución, en el que la interacción entre dos especies fuerza su evolución en una especie de carrera de armamentos. Para que se lleve a cabo la polinización es preciso que la mariposa entre en contacto con los estambres o pistilos de la flor. Por eso las flores con los espolones más largos llevan ventaja, ya que obligan a las mariposas a acercarse más para alcanzar el néctar; a la larga, serán estas flores las que sobrevivan. Las mariposas, por su parte, tratan de conseguir la mayor cantidad de alimento en cada flor, por lo que se favorecen las trompas más largas, que lleguen hasta el fondo del espolón cómodamente.
Angraecum longicalcar (© Larsen Twins Orchids) |
Desgraciadamente, es posible que nunca se encuentre la mariposa predicha por Kritsky. No porque este entomólogo esté equivocado, sino porque quizá sea demasiado tarde. La orquídea Angraecum longicalcar estaba presente en el siglo pasado en varias zonas del centro de Madagascar, pero en la actualidad sólo se encuentra en las selvas lluviosas del macizo rocoso de Itremo, entre los 1 000 y los 2 000 metros de altitud. En la Lista Roja de la UICN está considerada en peligro crítico de extinción, y el Real Jardín Botánico de Kew, en Inglaterra, ha lanzado un programa de conservación para cultivar las plantas in vitro y reintroducirlas en su hábitat natural. Pero quizá la desaparición de esta planta en su medio natural se deba a que la mariposa que la polinizaba se ha extinguido en fechas recientes; en ese caso, la planta, sin ningún insecto capaz de polinizarla, está a su vez condenada a la extinción.
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