lunes, 11 de mayo de 2015

Los fósiles de Lo Hueco

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Un titanosaurio en el Museo Paleontológico de Cuenca
(Contribución de El neutrino a la XII edición del Carnaval de Geología, organizada por este blog.)

Hace unos 70 millones de años, a finales del Cretácico, Europa era un archipiélago en un mar interior, el mar de Tetis, situado entre Norteamérica, África y Asia. El Atlántico Norte era sólo un brazo de mar al este de Norteamérica. Una de las islas más grandes de ese archipiélago, y la más suroccidental, es Iberoarmórica, formada por parte de la península Ibérica y el sur de Francia. La costa este de Iberoarmórica pasa por lo que hoy es la provincia de Cuenca. Cerca de esa costa se extiende una llanura pantanosa cruzada por canales arenosos. La vegetación incluye algas verdes de agua dulce, licopodios, helechos, juncos y otras plantas herbáceas acuáticas y terrestres, palmeras y, en las regiones más secas, un bosque tropical o subtropical ya dominado por las angiospermas, las plantas con flores de reciente aparición; entre los árboles hay parientes de los pinos, los cipreses, los abedules y las hayas.



En el agua viven diversas especies de peces. Abundan los lepisosteidos, los más antiguos peces óseos de agua dulce. A esta familia pertenecen los pejelagartos, que aún sobreviven hoy en día en Ámerica del Norte, América Central y Cuba. También hay peces picnodontoideos, superficialmente semejantes a los actuales peces mariposa, que se alimentan de pequeños invertebrados; amiidos, grupo del que hoy en día sólo sobrevive el Amia norteamericano; y albúlidos o peces hueso.

En la llanura habita una fauna muy variada de anfibios, reptiles escamosos, tortugas, cocodrilos, pterosaurios y dinosaurios.

A lo largo del tiempo se suceden episodios más o menos violentos de inundaciones, unas veces de agua dulce y otras de agua salobre o salada. Cuando el agua se retira pueden formarse lagos o lagunas aislados, que progresivamente se convierten en ciénagas. Como consecuencia de estas inundaciones, un gran número de restos de animales y plantas quedan enterrados y con el paso del tiempo se convierten en fósiles.

En mayo de 2007, esa enorme acumulación de fósiles fue descubierta gracias a la excavación de un falso túnel en las obras del ferrocarril de alta velocidad Madrid-Cuenca-Valencia en el término municipal de Fuentes, en la provincia de Cuenca. El yacimiento recibió el nombre de "Lo Hueco" porque así llamaban los lugareños a ese paraje por el sonido retumbante que hacían los caballos y los carruajes al pasar por allí, como si el suelo estuviese hueco. Las obras del ferrocarril sacaron a la luz, a unos quince metros de profundidad, un yacimiento único en Europa, tanto por la cantidad como por la calidad y variedad de sus fósiles.
El almacén donde se guardan los fósiles de Lo Hueco (y mi dedo)

Las necesidades contrapuestas de preservar el yacimiento y de continuar con la construcción de la línea de ferrocarril de alta velocidad aconsejaron la realización de una excavación paleontológica de urgencia. Durante el segundo semestre de 2007, un equipo de cincuenta paleontólogos y treinta operarios, con la ayuda de seis excavadoras, realizó un trabajo de campo que en otras circunstancias habría necesitado varios años. Removieron 50.000 metros cúbicos de tierra y extrajeron veinticinco toneladas de sedimento y más de diez mil piezas fósiles, desde dientes aislados hasta esqueletos articulados completos, que se depositaron en un almacén para su análisis posterior.

Entre los fósiles estudiados hasta la fecha hay varias especies de reptiles escamosos, emparentadas con los lagartos, las iguanas y los varanos. Las tortugas más abundantes pertenecen a la familia de los botremídidos, parientes de las actuales tortugas de cuello de serpiente de África, Australia y Sudamérica, las pleurodiras, que doblan el cuello lateralmente para esconderlo bajo el caparazón. También se ha encontrado otra tortuga, con un caparazón de un metro de longitud, más semejante a las tortugas con las que estamos más familiarizados en el hemisferio norte, las criptodiras, que encogen el cuello en lugar de doblarlo.

Entre los cocodrilos, también abundantes, se encuentran Allodaposuchus, un miembro primitivo del grupo de los cocodrilos modernos, con el hocico corto y un par de metros de longitud, y Musturzabalsuchus, un aligatórido primitivo con el hocico largo y robusto, que alcanza los seis metros de longitud.

Epi, el titanosaurio de Fuentes
Los dinosaurios más abundantes son los titanosaurios, dinosaurios cuadrúpedos de cuello largo emparentados con el enorme argentinosaurio sudamericano. Comparados con otros saurópodos, como el diplodocus y el brontosaurio, los titanosaurios tienen el cuello y la cola relativamente cortos. Se caracterizan además porque carecen de uñas en las patas delanteras, en las que los dedos se sitúan verticalmente formando una especie de columna tubular. Las patas traseras se abren hacia fuera, lo que produce unas huellas características. Una doble hilera de osteodermos, placas de hueso insertas en la piel, recorre la espalda de los titanosaurios desde los hombros hasta la mitad de la cola. Gracias a los fósiles de Lo Hueco se ha podido comprobar que la forma de estos osteodermos va variando a lo largo del lomo del titanosaurio; en la parte delantera son planos y redondeados, y según se avanza hacia atrás se van alargando hasta formar largas espinas triangulares de hasta sesenta centímetros de longitud en la cola. Existen al menos dos especies de titanosaurio en la región, con una longitud de entre quince y veinte metros. Su cabeza es pequeña, y su cerebro aún más; gracias a las técnicas de tomografía computarizada, los investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales, la Universidad Nacional de Educación a Distancia, la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad de Ohio han podido reconstruir en tres dimensiones el interior del cráneo de estos animales. El cerebro no pasa de los ocho centímetros de largo, y está muy poco desarrollado; el oído interno, sede del sentido del equilibrio, también es muy pequeño, lo que indica que son animales de movimientos lentos y torpes. Las dos especies se alimentan de árboles y arbustos, aunque no compiten directamente por la comida; una tiene los dientes mucho más gruesos que la otra; están adaptados para comer distintas plantas, o distintas partes de las mismas plantas.

Algunos fósiles de Lo Hueco
Hay otros dinosaurios herbívoros, como Rhabdodon, un iguanodonto primitivo. Es un dinosaurio de 4,5 metros de longitud, 1,7 de alto y 500 kilos de peso, con un pico en el extremo del hocico y varias hileras de dientes que le permiten triturar alimentos duros. Cuando camina se desplaza sobre sus cuatro patas, pero puede correr sobre las patas traseras, acabadas en pezuñas.

Los dinosaurios carnívoros. representados principalmente por dientes aislados, pertenecen al menos a cinco especies. Los dos primeros tipos de dientes corresponden a un dromeosaurino, corredor de pequeño tamaño, aunque robusto, con el hocico ancho, y a un velocirraptorino, más esbelto y de hocico alargado. Hay también un diente en forma de triángulo isósceles con los bordes muy finamente serrados, semejante a los de Richardoestesia, y otro con surcos longitudinales en ambos lados, como los de Paronychodon. Estas dos especies norteamericanas sólo son conocidas por poco más que sus dientes, así que tampoco sabemos mucho de ellas. Un quinto tipo de dientes pertenece a un depredador de tamaño medio, pero su desgaste no permite hacer una identificación precisa. En cualquier caso, todos estos depredadores son demasiado pequeños para alimentarse de los titanosaurios. La ausencia de enemigos naturales parece que explica la lentitud y torpeza de estos grandes animales.

Queda mucho por hacer. Los miles de fósiles de Lo Hueco porporcionarán trabajo a los paleontólogos durante décadas. Y aún quedan fósiles bajo tierra, puesto que el yacimiento se extiende, en una anchura de unos doscientos metros, a ambos lados de las vías del tren. Tarde o temprano, los paleontólogos volverán a excavar en el yacimiento. Más temprano que tarde, porque los paleontólogos, me lo han confesado ellos mismos, no pueden vivir sin excavar. Y quién sabe qué sorpresas nos reservan aún los fósiles de Lo Hueco.

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